Mujeres empoderadas

He querido hacer una columna para celebrar algunos personajes femeninos intrigantes que nos muestran su poder en algunos filmes recientes.


Denial (2016). Ese infernáculo llamado Auschwitz todos lo damos por real. Pero, según me dio a entender este filme, antes de cierto juicio famoso, nadie se había tomado la molestia de realmente probar su existencia macabra. La película se llama Denial y el juicio, entonces verídico, se llama Irving v Penguin Books Ltd. Un juicio muy delicado, ligado a la profesora norteamericana Deborah Lipstadt (aquí Rachel Weisz) que fue demandada por difamación por el historiador y negacionista del holocausto David Irving. No diré más por temor al spoiler. Me limito a celebrar el valormérito que brotó de todo este proceso intrigante, y la integridad de Lipstadt en particular. Agrego que con Weisz vienen actores del calibre como Tom Wilkinson y Timothy Spall. 

Aquarius (2016). Rápido: apúrense a ver este filme, uno de los mejores que he visto recientemente, y no crean que han sido pocos. Para una película profunda, poética, sobre la memoria histórica, la cosa de clases, el bullying corporativo macizo, la corrupción, la locura inmobiliaria, el cáncer, la música íntima, el fuego erótico, la familia, el mar, para una película profunda sobre Brasil, entonces, vean ustedes esta película memorable, tutelada por un personaje imperdible, Clara, en mi opinión un personaje clásico instantáneo. Qué pedazo de mujer, qué mujer más total, interpretada por la Sônia Braga, quien ganó por ello un Fénix. Dirigida por Kleber Mendonça Filho. ¿No la co–produjo Walter Salles? Buena, buena.

20th Century Women (2016). Esta es la clase de película en la cual uno ha puesto muchas expectativas, pero que nos termina dando menos, aunque tampoco mucho menos. Nos da casi lo que esperábamos. Funciona que esté situada en la década confusa de los setenta. Annette Bening, Elle Fanning, Greta Gerwing: ellas son las mujeres. Pero hay hombres también: Billy Crudup, Lucas Jade Zummann. De hecho, puede decirse que el personaje principal es el hijo adolescente del personaje de Benning, inserto en un mundo complejo de hembras complejas, en una década que como ya se dijo no ayudaba mucho. Ganó Globo, recuerden.

Miss Sloane (2016). Pasó suficientemente desapercibida, pero estoy dejando claro que la película demuestra. Es un viaje al universo carnicero de las relaciones públicas y el lobbying de vanguardia en las altas esferas de poder. El personaje llamado Elizabeth Loane (con una impecable Jessica Chastain) es tan bueno y memorable que da para no pocas secuelas. El espectador la piensa pro domo sua, pero el ajedrez suyo es profundo y honorable.
           
The edge of seventeen (2016). Se trata de otra película de formación que representa la pestilencia teen que todos vivimos en el colegio. Aquí la personaje es una adolescente que va de enojada y confundida por la vida, y que al final sale más madura, más sabia, más empoderada. Una película sin consecuencias, casi agradable.


(Contraluz publicada el 21 de abril de 2017 en Contrapoder.)

facebook.com/maurice.echeverria
contraluminoso.blogspot.com

Doble Netflix

Netflix, especialmente el latino, tiene limitaciones, taras, pero también cositas, que gustan. Aquí dos.

American Honey (2016). Elixir indi, coccionado por la británica Andra Arnold, American Honey bien puede ser la mejor película que vi el año pasado. Portento de road movie, de la mano de un crew de vendedores itinerantes de revistas, jóvenes, dulces, violentos, wiggerizados, cogientes, endrogados, juglarescos, precoces, ilusos, y sobre todo americanos. Ah, jóvenes cuerpos de un país decadente, trasegando hormonas en hoteles de paso, lazarillos para un sistema ciego, novísima carne de cañón, bailando alrededor del fuego por suscripciones. Nos va quedando claro que el capitalismo clínico nos devuelve a estados tribales.  La película presenta un equipo actoral casteado en los lugares más desdeñados y lumpen, y por eso, a lo mejor, son tan reales, ellos y ellas, tan ebrios y tan desnudos, ellas y ellos. Y bueno, Shia LaBeouf (cinematográficamente tántrico) y Sasha Lane (que ni siquiera era actriz para empezar: fue vista y elegida en un spring break en Panamá, y no fallaron) trenzan una vibra química incendiaria, que Riley Keough, nieta de Elvis, atempera con su hielo sensual. Es un mural, eso, un óleo que anticipa la era trumpeana. Cuando se dice que esta es la película de esta generación, bien puede serlo, bien puede serlo. Y el soundtrack, dios mío, qué soundtrack.


Sing Street (2016). Crecer en el Dublin de los ochenta era más o menos como crecer en la Ciudad de Guatemala en esa misma década, o sea una cosa horripilante. Y en todos esos colegios e institutos habían entes cavernarios (“idiotas y violadores y bulis”) y autoridades asotanadas y fascistas y cachurecas diciéndonos qué hacer con nuestras vidas ya de sí grises y endeudadas y deprimidas e invernales y working class y divorciadas de la vida. Pero en ese Dublin también se daban seres sensibles, entiéndanlo, seres mutantes, seres que entendieron que la única manera de escapar de esa pesadilla socialrealista era soñando, sintiendo y haciendo música y videoclips y Arte (un insight que ya nos diera The Commitments). Con un poco de ascua se va sobrellevando el asco, con un acetato puede que la tarde se convierta en algo soportable. De eso va esta película, y lo hace con aquella buena música de los ochenta (que la hubo, que la hay) y por medio de una banda sonora con piezas auditivas de veras formidables (por ejemplo Go Now, de Adam Levine, o la infinita Drive it like you stole it) que van enhebrando el musical. Además actuaciones chispeantes y diálogos que no olvidaremos. Pienso que este filme nos hace resbalar a un lugar dulce y necesario. Chicos y chicas: pueden elevarse por encima de toda esta miseria. Londres no está tan lejos.


(Contraluz publicada el 31 de marzo de 2016 en Contrapoder.)

facebook.com/maurice.echeverria
contraluminoso.blogspot.com

The Young Pope


Me di cuenta que hace mucho no reseñaba una serie en este espacio. Por consiguiente, me receté la primera temporada de The Young Pope, del director vivo más importante de Italia, y quizá del director vivo más importante más allá de Italia.
        
Me refiero, por supuesto, a Paolo Sorrentino.
        
No es la primera vez que nos ocupamos en este espacio de este extraordinario autor genovés. Hemos reseñado ya películas suyas como Las consecuencias del amor (2004), Il Divo (2008) This must be the place (2011), o Youth (2015). Ahora comentaremos su obra The Young Pope, que se estrenó el domingo 12 en Fox Premium para Latinoamérica.
        
The Young Pope es una serie de autor, que no es decir tampoco tanto, hoy en día, pues hoy en día, y desde hace rato, muchas series son de autor. Pero da la impresión que The Young Pope lleva las cosas a otro nivel.
        
Sorrentino, como ya hemos querido dar a entender, es el cineasta italiano absoluto de estos días y quizá de este siglo, se introduce continuamente al volksgeist de Italia, su idiosincrasia, su cultura, su hampa y por supuesto su religión. Era imposible que no explorase a fondo el asunto del Vaticano, ese país dentro su país.
        
Lo hace por medio de una serie brillantísima, una coproducción entre Italia, Francia, Estados Unidos y España, con productoras como Sky Italia, Haut et Court Tv, HBO, Canal+.
        
Empezó a modo de encargo, un encargo sobre el Padre Pío. Y de ahí dio un salto tremendo: Sorrentino optó por un retrato poderoso y, llegado al caso, escandaloso, sobre un Papa fictivo, Pío XIII, Lenny Belardo, de nombre secular, representado por un consumado Jude Law (en lo que bien puede ser el papel de su vida). Es este rasgo escandaloso el que llama la atención de espectadores no católicos y de los mismos católicos también.
        
La serie (que no es una miniserie, como a veces se le describe, puesto que ya tiene confirmada una segunda temporada) comienza con el advenimiento de este –joven, pues– Papa norteamericano al máximo trono de la Iglesia, y a partir de ahí, nos caracteriza un personaje complejo, oscuro, sináptico, delineado por los trazos impecables de Law y los diálogos dominadores, excelsos, de Sorrentino. Lo que vemos en la primera temporada son los años inmediatos después de su nombramiento. 
        
También nos describe el medio cargado en el cual se mueve: la Santa Sede. Una tarea que no pudo ser fácil, dada el escaso acceso a la misma, y que fue literalmente reproducida en el estudio romano de Cinecittà.
        
Como apenas conozco el Vaticano –estuve apenas un día ahí, y en su lado obviamente público– no sé cuánto hay de realidad en lo que Sorrentino nos busca dar; estoy seguro que hay mucha realidad y que hay mucha poesía. Aparte de ser filmada en estudio, The Young Pope también utilizó locaciones en  Italia, Estados Unidos y África del Sur.

Sorrentino tiene la llave: la llave de la fórmula trinitaria que une lo pío, lo poético y lo político. The Young Pope es una confesión de detalle, humor, búsqueda, delicadeza, fascinación, virtuosismo, autoridad, sortilegio, fondo y trascendencia. Todos esos elementos se apoltronan en una serie sublime, que aún si yerra de vez en cuando, es tan rica, tan cromática, que la perdonamos en el acto y sin rosarios.  

(Contraluz publicada el 17 de marzo de 2016 en Contrapoder.)

facebook.com/maurice.echeverria
contraluminoso.blogspot.com

Curtido (23)


Podemos ponerle un poquito de atención a Elle (2016). Thriller rítmico, policiaco ameno, pero con cierta mucosidad oscura a la vez, y un personaje memorable, a cargo de la memorable Isabelle Huppert.
        
Memorable, también, resultó ser la Jackie (2016) de Pablo Larraín (al contrario, su Neruda me aburrió tremendamente). Nos lleva de la mano, con elegancia descriptiva y psicológica, por esos turbios momentos, horas y días que siguieron al asesinato de Kennedy, mientras se enfoca en aquella compleja, nada obvia, Primera Dama, llamada Jackie Kennedy. Es de Pablo Larraín, la peli, pero con la misma intensidad se podría decir que es de Natalie Portman. ¿Nos ha de extrañar que la hayan nominado a los Oscar como mejor actriz? No. Como tampoco nos extraña que hayan nominado a Meryl Streep –maestra de maestras– por Florence Foster Jenkins (2016). ¿Es justo de otra parte que hayan nominado en la misma categoría a Ruth Negga, no a Viola Davis, relegando a esta a actriz de reparto? ¿Con cuál criterio? No digo que la primera no tenga algún mérito, pero si de méritos estamos hablando… A Ruth Negga la pusieron por su participación en Loving (2016), ese drama que guarda cierto paralelismo con Lion (2016), en cuanto a que no pasa tanto como se pretende, y como de plano quisiéramos. Y si pasa algo es a nivel más que nada simbólico, no narrativo. No estamos devaluando la historia de esta pareja interracial (de la vida real) que se atrevió a confrontar el sistema a los más altos niveles, pero de ahí a decir que la trama de la cinta es fascinante, pues no.
        
En la categoría de hombres, nos alegramos que hayan ubicado a Viggo Mortensen por su rol en Captain Fantastic (2016), película de humor indie y drama que nos dirige, me parece, a ese centinela necesario, a esa hebra de conciencia americana llamada Thoreau. Mortensen siempre hace bien lo que hace, aunque le hemos visto roles incluso superiores.
        
Creo que puedo prescindir de hablar de Kubo and the Two Strings (2016), abundantemente nula. Creo que puedo decir que Fantastic Beasts and Where to Find Them (2016) es superentretenida y solo eso. Creo necesario afirmar que Suicide Squad (2016) es lo peor de Hollywood en su peor expresión. Creo que nos hubiera gustado que Doctor Strange (2016) nos gustara un poco más, aunque sí nos gustó un poquito. Creo que Star Trek Beyond (2016) es buena y olvidable. Creo que Allied (2016) es un drama moral interesante, tan simple como complejo (Brad Pitt, Marion Cotillard). Creo que sí vale la pena echarle un vistazo a Passengers (2016), pues también tiene su cosa moral, en una atmósfera sci fi que tampoco nos congela o nos pone a dormir. Creo que tanto Deepwater Horizon (2016) como Sully (2016), dos survival flicks entresacados de la vida real, van a agradarle a algunos de los amables lectores.
        
Termino hablando de Silence (2016), de Scorsese. Un viaje conradiano a través de la angustia física, moral, nacional, cultural y religiosa. Sin impulsos innecesarios, avanza. Se la he recomendado a mis colegas budistas, para que los budistas nos vayamos enterando de cómo el budismo, en ciertas circunstancias históricas y sociales, también es capaz de dar un rostro muy feo. Pero no es que Scorsese sea antibudista, o de otro modo no hubiera hecho Kundun (1997). Con Silence acrecienta su filmografía religiosa, en la cual está inscrita por supuesto La última tentación de Cristo (1998).
        

(Contraluz publicada el 3 de marzo de 2016 en Contrapoder.)

facebook.com/maurice.echeverria
contraluminoso.blogspot.com

De camino a los Oscar (2)


Continuamos explorando las nominadas a mejor película. Unas cocean más que otras.

La la land (2016). Despreciable película, La la land. Es decir: tiene cosas apreciables por separado, pero en conjunto es una cosa despreciable. A la par de una película tan real, tan sobria, tan intensamente humana, tan actoralmente innegociable, tan narrativamente impoluta, como lo es Manchester by the Sea, La la land no pasa de ser orín coreografiado. Qué visión más idiótica de lo que es ser artista, o de lo que es amar, para el caso. Pero de esta dicotomía simple y campesina –la del arte y del amor– es que va sacando sus réditos y culto este filme que amenaza con destruirnos la noche de los Oscar. Es una dicotomía eterna, formula un romántico. Lo será, pero así como es eterna es lo mismo manida. A esta manidez el filme le agrega otras beatitudes –la chica que quiere ser actriz en Los Ángeles, por ejemplo, el chico que busca el santo grial del arte, en el presente caso jazzístico–. Estas cosas van venciendo el filme y lo van afelpando sin remedio. Aclaro que no tengo nada contra el musical. Es un error sugerir, como lo hizo alguien la otra vez en mi muro de Facebook, que todos los musicales son livianos. No estoy de acuerdo. Hay musicales muy dignos; es un género de mucha altura. Precisamente esa es la cuestión. Así por ejemplo, las actuaciones de La la land no es que sean memorables ni clásicas. Recuerden ustedes los musicales de la era de oro de Hollywood, aquellos performances, juzguen ustedes. Me da pena sobre todo por Ryan Gosling, quien ha ganado aquí popularidad y sex appeal como nunca antes, pero perdió otra cosa, más importante, y es su lealtad a ciertos roles numinosos, artísticos, apartados, por la cual lo veníamos respetando. Creo que él lo sabe; creo que a él le hubiera gustado estar donde ahora está, pero no por La la land o lo que representa. Casey Affleck seguramente no se hubiera prestado para una mamada tal como esta.

Manchester by the Sea (2016). Esta película es todo lo contrario a La La land: no hay efectos ni danzas ni cancioncillas ni miseria falsa. Es narrativa pura y dura. Una historia seca con personajes secos en un contexto seco. Pero lo seco aquí –siendo tan seco, tan frío, tan duro– es néctar. Es literatura. En efecto, es una película muy literaria, en su construcción y en sus maneras como carverianas. Yo mido siempre un filme, según saben, por la condición humana que hay en ella, y más condición humana no puede darse que la que se da en Manchester by the Sea. Es abominable lo que le sucede al personaje de Casey Affleck, que nos cumple. Y Michelle Williams, hay una escena con ella; hay una escena que bien le valdría el Oscar a mejor actriz de reparto, si tan solo Viola Davis no estuviera corriendo en la categoría. En fin: una noble película, que trata de esa cotidianidad entre trágica y cotidiana que sigue a toda tragedia.

Moonlight (2016). Moonlight está en algo. Es una exploración, un ensayo de la masculinidad y el modelo paterno –y su ausencia– en ese contexto agresivo de la vida ghetto y el thug life. Y empero el tremendismo de barrio es más bien graduado y para nada gratuito. Desde el punto de vista puramente formal, Moonlight tiene toques definitivos de autor (e. g. esas mancuernaciones de visualidad y música). Nos gustaron la estructura, segmentación y escenificación de la película. Si ustedes se fijan, está repleta de escenas incorruptas y necesarias, en la casa, en el colegio, en la playa, en el diner, etcétera. Tantas escenas sirven para ir, con ritmo conseguido, hilando la historia y evolución de un personaje, Chiron. El género es lo que llaman coming of age. Este año no se quejará nadie de que no hay presencia negra en los Oscar.

Lion (2016). Queda Lion nominada a mejor película, más no Silence, de Scorsese, ni Jackie, de Larraín, que me hagan el cabrón favor. Parece que es una gran historia, Lion, y en cierto modo lo es, pero pronto nos damos cuenta que es una historia donde no pasa nada, y por tanto menor. Y no es que yo tenga algo contra de las historias en donde no pasa nada, pero entonces se requiere mucha bruma psicológica y subjetiva, o mucha bruma fenoménica, tipo Terrence Malick, con su carga de profundo esteticismo, pero esta película carece de todo eso. Es una cinta además asimétrica: la primera parte, muy de tortilla tiesa, es muy superior a la primera. La India, qué grande es.


(Contraluz publicada el 17 de febrero de 2016 en Contrapoder.)

facebook.com/maurice.echeverria
contraluminoso.blogspot.com


De camino a los Oscar (1)

No sé si siempre tendremos Paris, pero de plano tendremos los Oscar. Los Oscar aciertan o fallan, pero siguen siendo un formidable contenedor del amor por el cine y del poder de su industria. Por tanto, respetamos los Oscar. Aquí la primera de dos entregas que exploran las nominadas a mejor película. 

Arrival (2016). Nominada a ocho Oscar. La película me gustó, como a todos. Unos incluso (y no pocos) fliparon, lo cual aclaro no fue mi caso. Simplemente me gustó. Se lo atribuyo a que hay una gran sed de otredad y de inefabilidad en el ambiente que yo ya tengo más que resuelta, aunque no particularmente en forma de singularidad alien. Por otro lado constatamos que la comunidad más racional también mostró alguna clase de aprecio por la cinta, dado que después de todo emplaza un sci fi no pendejo, serio y bien diseñado. El spin del final es un buen logro de trama, que nos pone a meditar sobre el tiempo, el libre albedrío, la causalidad. Creo recordar que también me gustó la música. Como sea, poner a competir este filme a nivel de los Oscar es factible pero también dubitable. Este comentario bien puede ganarme un pogromo, lo sé. Pero yo siento que seguramente hay otras películas que dan equivalente talla y que sin embargo no figuraron en el palenque. A Amy Adams siempre dan como ganas de recordarle que se ponga protector solar.


Hacksaw Ridge (2016). Yo he defendido y defiendo a Gibson. No lo que hace en su vida privada, sino su actividad cinematográfica, y es de celebrar que esa bruma de ostracismo en la cual lo tenían envuelto se disipa más y más. Gibson no es un serote a poner debajo de la alfombra, vamos. Por el contrario, es un actor muy efectivo, y un director muy competente, con títulos nada deleznables. Hacksaw Ridge es una muestra de su pericia (nos recuerda, entre otras cosas, lo bueno que es Gibson para filmar batallas). Que yo celebre a Gibson, ahora, no quiere decir que no le guarde críticas. La principal es la manera en que Gibson rechaza toda deconstrucción del heroísmo, y sublima supuestas trascendencias y libertades que son portadoras de increíble agresión. Nos parece a ratos sospechoso y a ratos repugnante. Gibson es un experto en escenificar situaciones duolíticas, tipo bien–versus–mal, o dios–versus–demonio, o territorio–versus–invasión. Pero hay algo muy oscuro en su propuesta, en tanto que falla en revelarnos las connivencias inherentes de este dualismo insincero, e indicar las verdaderas complejidades éticas de la situación presentada. Desmond Doss, el protagonista, entresacado de la realidad, no utilizó un rifle, es cierto, pero salvó a muchas personas que sí lo hicieron, y puso su beatitud al servicio de un sistema asesino y por supuesto explotador. Por demás, en Hacksaw Ridge no hay un solo momento en donde se muestre la alteridad o humanidad real de los japoneses: y cuando la hay, como cuando ese soldado nipón aparece herido, solo es para confirmar la vocación salvífica y patriota del protagonista. Si este paletismo moral, que aborrece de los claroscuros, viniera sin consecuencias, sería perfecto, pero lamentablemente emplaza una visión del mundo que nos tiene donde estamos. Gibson no merece el ninguneo, porque es muy bueno en lo que hace, pero jamás será un gran director mientras perpetúe estas fábulas asimpladas y regresivas.


Hidden Figures (2016). Esta es una historia relevante, sobre todo porque reencuadra y reescribe la Historia, así con mayúscula. En este caso, la Historia de la carrera espacial, que siempre se vio como un logro de hombres y de blancos, pero resulta que lo fue también de mujeres y de negros, es decir de negras. Montar el filme habrá tenido sus retos, y lo mismo el libro del cual nació –de Margot Lee Shetterly– por un tema que muestra complejidades tanto humanas y culturales como matemáticas y objetivas. La NASA. Los sesenta. La promesa.


Fences (2016). Una pieza teatral (sublime) llevada a película por Denzel Washington, que aplica pues como director. Es un portento, el filme. Me pareció excepcional, en tantos niveles, por ejemplo los dialogales, y si no se lleva algún premio, me voy a poner bravo. Si alguna vez tuviera la oportunidad de hablar con Denzel Washington le diría: "Mr. Washington". Y ese "Mr. Washington" vendría aureolado de mucho respeto, porque conozco mis jerarquías, y porque reconozco la nobleza artística y la corpulencia actoral ahí donde la veo. De otra parte, nunca terminé de entender por qué a Viola Davis no la pusieron directamente en la categoría de mejor actriz, siéndolo. Llamarla aquí actriz de reparto, aún nominándola, es simplemente un error. La película viene con esta última oleada de películas de la dignidad afroamericana (Hidden Figures, The birth of a nation, Free state of Jones, Loving). Pero emana universalidad más allá del asunto, siempre urgente, de la raza.


Hell or High Water (2016). Podemos darnos por satisfechos con esta película, que es un western realmente, y un filme de robo, persecución y taloneo. Quienes escogieron el cast (Chris Pine, Ben Foster, Jeff Bridges) pues no se confundieron. Tampoco se confundieron esos que capturaron tales paisajes líricos y gigánticos y desolados de Nuevo México –qué paisajes. La película la recomiendo en especial a un par de cineastas/guionistas locales, a ver si aprenden a redactar diálogos. La escribió el mismo de Sicario.


(Contraluz publicada el 3 de febrero de 2016 en Contrapoder.)

facebook.com/maurice.echeverria
contraluminoso.blogspot.com